Opinión

¿Esto también pasará? La educación superior en tiempos de pandemia.

Soy estudiante universitaria recién llegada, con la mochilita cargada de sueños. Para mi llegar a la  universidad nacional no fue nada sencillo y claro luego de sufrirla, lucharla, sudarla, incluso llorarla, me encuentro en un panorama poco favorecedor. Mis compañeros de otros semestres nos comentan: “en su semestre les ha pasado de todo, pero tranquilos, no siempre es así” y es que claro, desde que llegué por primera vez al campus, un 3 de febrero equivocado en el que no empezaban las clases y yo no había sido notificada por dificultades en la llegada del correo, comencé a gestar en mi (luego de la rabia) una observación crítica del entorno.

Recuerdo que el día en que anunciaron el primer caso de coronavirus en el país, en Bogotá (por supuesto) salimos de clase a escasos cuarenta minutos de recibir la noticia, con una amiga fuimos a la 26 a comprar unos tapabocas para las dos; en el trayecto se escuchaban los murmullos de la gente, un ciclista incluso pasó diciendo “¡es el fin del mundo estamos jodidos!” Los transeúntes hablaban por celular, con quién sabe quién diciendo: “compre tapabocas güevon, que esto se va a poner feo”. Mientras tanto nosotras con falsa calma caminábamos hacia la primera de dos droguerías que visitamos; en ambas la respuesta fue negativa “se los llevaron todos”.

Entre el susto y la histeria colectiva, se vino la alerta amarilla, y más tarde, un domingo, la orden de la rectora de intentar virtualizar todas las clases, pensé para mis adentros, “qué miedo, pero qué alivio no tener que madrugar mañana”

Hoy día ha pasado ya un mes de cuarentena obligatoria nacional, hemos vivido una cantidad absurda “challenges” en instagram, la ola del tik tok, la nueva era creativa, los cursos gratuitos en millones de plataformas, las clases en vivo de “piernas de acero”, las dieciséis series que nos hemos terminado, y claro, las clases virtuales de la universidad. Los estudiantes manifestaron desde el primer día las posibles imposibilidades que tendría el efectuar las clases de esta forma, en todas las universidades públicas y privadas se habla de lo mismo: los estudiantes sin buen acceso a internet, estudiantes sin computador, estudiantes de otras regiones que viven de subsidios universitarios, estudiantes que son independientes y dependen de sus trabajos (muchas veces con la universidad) para pagar su manutención… etc.

En este caminar de estudiar a través de una pantalla he escuchado una gran cantidad de historias, que van desde absurdas y desgarradoras a increíbles y alegres. Cuando se anunció la cuarentena, lo primero que pensé fue en irme, devolverme a mi ciudad natal, a la casa de mis padres, estar con ellos. Este debe ser el caso de millones de estudiantes que realizaron casi que un éxodo en dos días, entre esos amigas mías que vivían en Bogotá completamente solas, y que preferían exponerse durante el viaje, a pasar por lo que se nos venía sin compañía. En contraste a ellas, cientos de estudiantes no pudieron darse el lujo de retornar teniendo así que quedarse solos, pagando arriendo, servicios altísimos, redes de internet potentes para poder estudiar, y claro el mercado, que en tiempos de cuarentena parece rendir mucho menos que antes, Yo me quedé, principalmente porque yo no estaba sola.

Durante todo este tiempo me he preguntado por la salud mental de la diversidad de estudiantes que hay en todas las universidades, la situación global nos expone a una tendencia de malas noticias, de desastres, y claro, el miedo inminente de morir, dichos pánicos generalizados hacen que el entorno educativo sea sumamente diferente, yo misma me he quedado conversando por horas con mi familia sobre ¿qué pasaría si alguno de nosotros contrae el virus? ¿Qué medidas tomaríamos? ¿Qué rutas seguiríamos? Etc.

Muchos de nosotros dependemos económicamente de nuestra familia, y para nadie es un secreto que el empleo informal en Colombia contiene tasas altísimas, y que gran parte de las familias colombianas dependen del famoso “rebusque del día a día”

En Cúcuta, las cuentas en casa se acumulan en el escritorio de la entrada, y… ante eso, tratando de salvar la cordura que nos queda, y cuidando la salud, estamos en calma, mi mamá siempre dice “esto también pasará” aplica para todos los momentos, buenos y  malos también.

A mí no me cuesta imaginar cuánta cantidad de familias pasan por situaciones críticas, y día a día sobreviven con la idea de que esto también pasará, “que ya mañana encontraremos, tal vez, la forma de comprar el kilo de arroz que nos hace falta para las lentejas” es terrible, es doloroso, y me genera mucha rabia, pensar que puedan existir personas que en el peor de los olvidos, están pasando hambre, y que tras de todo estén intentando estudiar, con celulares antiquísimos o con computadores prestados, restaurados, e inútiles.

Estamos expuestos a tantos factores que nos hacen rendir menos académicamente, que la pregunta que prevalece aquí es ¿Quién vela por dar las garantías para estudiar virtualmente durante la pandemia a la población estudiantil (al menos en condiciones aceptables)? Esta pregunta no surge luego de imaginar, y de comparar con mi situación personal, esta pregunta surge luego de la charla con varios estudiantes de diferentes carreras sobre la virtualidad de la academia en tiempos tan difíciles para la cordura.

Se de universidades que proporcionaron material a sus estudiantes para cumplir con el objetivo de estudiar desde casa, instrumentos musicales y computadores, son algunas de las cosas que se les facilitó, no todo es tan desalentador desde este punto de vista, pero claro, estas universidades son privadas, con matrículas muy altas para tal vez la mitad de la población colombiana.

En las universidades publicas el panorama no se ve tan… “bonito”. En la universidad nacional, por ejemplo, estudian muchísimas personas víctimas del conflicto armado colombiano, personas que tuvieron que retornar a zonas que siguen en conflicto, y en las que el toque de queda no lo patrulla la policía, sino los grupos al margen de la ley, dichos estudiantes, que no cuentan con conexión a internet en sus casas, muchas veces arriesgan su vida por salir a un salón de internet para no atrasarse en sus estudios. El panorama desde sus inicios está en conflicto, ¿es necesario que se suspenda el semestre por el bien de la población estudiantil menos beneficiada? ¿Por qué la universidad no aporta garantías a dichos casos particulares? ¿Por qué muchos estudiantes sufren casi que en el abandono la situación precaria de recibir educación?

Y la problemática continua cuando hablamos del espacio, el espacio de estudio resulta ser tan necesario para la real retención de conocimientos, muchos compañeros me manifiestan que no pueden prender los micrófonos porque tiene hermanos pequeños, que gritan, y lloran, que se duermen en clases porque su habitación es tan reducida que el único espacio para estudiar es la cama, que se vuelven locos con su familia paseándose por todos lados mientras se intentan concentrar, etc. Parecen cosas superficiales, y claro, al lado de las situaciones antes narradas quizá sean menos devastadoras, pero hacen parte del gran glosario de problemáticas que la educación virtual de emergencia nos muestra.

Ante la pregunta acerca de las ventajas de la educación virtual en tiempos de pandemia se puede decir que realmente existen ventajas, muchos manifiestan sentirse afortunados de poder estar con sus familias durante un momento tan complicado, y poder seguir estudiando en su compañía, o tener más tiempo para hacer otras actividades, tomar el estilo de vida fitness, aprender a tocar instrumentos, dibujar, etc. Se antepone a la anterior ventaja que muchos otros cuentan con cargas académicas en casos triplicadas, sin ninguna justificación.

Se mantienen las cargas sobre los hombros de los estudiantes, y así seguirán estando al menos tres semanas más, sobrecargas emocionales, frustraciones académicas, sobre cargas, mal manejo de los tiempos, retrasos en trabajos, pánico generalizado, miedo a la muerte constante, poca motivación, olvido de parte del estado, y las preguntas surgen ¿Qué cosas cambiarán luego de la situación de pandemia? ¿volveremos a las universidades? ¿habremos aprendido lo suficiente? ¿habrá valido la pena tanto sufrimiento emocional, tanto empeño? ¿rendirá frutos la forma improvisada de imponer clases de manera virtual? Y claro mientras tanto, mientras la crisis pasa, mientras la economía se desploma, mientras las familias aguantan hambre, mientras se endeudan más y más, ¿Qué está pasando con la educación superior?

Solo nos queda entregar nuestra fortuna a la deriva, rezar al dios en el que se crea, y si no se cree, aferrarse a la idea de que tal vez, y con mucha suerte, esto también pasará y luego encontraremos la forma de resurgir como sociedad, encontraremos la forma de sacarle provecho a una situación tan compleja. Nos queda ayudar a cuantos podamos, a cuantos esté en nuestras manos ayudar y a cuantos hayan sido valientes de hacer visible su situación, para salir del olvido social, solo nos queda aferrarnos a que tal vez, “esto también pasará”

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